lunes, 22 de julio de 2013

Una visión crítica de las últimas generaciones falangistas.

Criticar el trabajo de los demás es siempre muy fácil, pero ¿acaso hemos hecho nosotros algo que merezca la pena, algo que nos dé autoridad moral como para criticar a los demás? Y no sólo eso, sino que además la crítica general siempre es injusta con lo particular, es decir, con esas personas que realmente no se la merecen.
 
Soy consciente de todo ello cuando me pongo delante de mi ordenador dispuesto a plasmar estas reflexiones críticas, con tanto apresuramiento como convicción, pero sin por ello creerme mejor que nadie ni eximirme de responsabilidad alguna, -pues a buen seguro que lo que voy a decir sea aplicable también a mí o a mi generación (lo sé y lo asumo)-, creo oportuno y hasta necesario hacerlas, así que, hechas estas aclaraciones, entro en materia.
 
Yo diría que las distintas generaciones falangistas se podrían dividir aproximadamente en cinco: la fundacional, la de la posguerra, la del franquismo, la de la transición, y la actual, estando ahora en pleno proceso de nacimiento una sexta generación aún difícil de calificar.
 
La generación fundacional tuvo grandes figuras (los fundadores y algunos intelectuales que se sintieron atraídos por aquella Falange primigenia) que destacaron por encima de todos los demás, pero lo cierto es que en general era una generación de falangistas con una formación política necesariamente heterogénea (como es lógico cuando surge una ideología nueva). Vivió una época tan convulsa, tan acelerada y tan difícil que me resulta imposible no ser indulgente con ella. ¡¡¡Bastante hicieron!!! Cierto que el estallido de la guerra civil y el comienzo del franquismo supuso grandes errores por parte de los que quedaron, cierto que al final fue la generación que malogró toda posibilidad de hacer la Revolución Nacionalsindicalista cuando aún era posible; tuvieron la Revolución al alcance de la mano y no fueron capaces de hacerla, pero ¡¡qué fácil es analizar eso desde la distancia cómoda del año 2013!! Lo reconozco: quiero criticar su fracaso, pero comprendiendo las circunstancias históricas que les tocó vivir al final no puedo evitar ser indulgente con ellos.
 
La generación de la posguerra ya nunca tuvo opciones reales de hacer la Revolución. Unos intentaban hacer lo posible desde la legalidad apoyando a Franco (como Arrese y otros), otros actuaban desde la clandestinidad (pocos, mal organizados y sin mucha claridad de ideas) y otros finalmente optaron por una vía crítica, pero sin pasarse... La mayoría, en cambio, prefirió la tranquila placidez del franquismo, aun sin considerarse franquistas (otros -no pocos- sí que se consideraban). Nuevo fracaso político de otra generación falangista, y además sin la excusa de una guerra que obligara a unir esfuerzos con otros en aras de un bien mayor. Algunos hicieron una labor realmente importante en lo que pudieron (algo que no se puede olvidar ni dejar de reconocer), pero lo cierto es que el Nacionalsindicalismo siguió sin conseguir hacer la Revolución, y a eso a la postre se le llama fracaso.
 
La generación de la transición es probablemente la que más rencor me suscita. Con la excusa de romper con el franquismo -algo en principio loable- se produjo una ruptura generacional de gravísimas consecuencias. Es posible que esa ruptura fuera necesaria -de hecho lo creo-, pues si los falangistas representábamos algo distinto al franquismo, con mayor razón hablar de franquismo después de Franco era simplemente no vivir en el mundo real. No es esa la ruptura generacional que me suscita mayor crítica, sino la que esa generación provocó en la línea de continuidad entre la generación que la precedió y la que la siguió. Es decir, los falangistas de la siguiente generación -la mía, la actual- nos encontramos -es un decir- con una generación llena de complejos, obsesionada con sus odios ancestrales, alejada de las necesidades del momento -por más que aparentaran lo contrario- y que fue incapaz de afrontar la Transición con una mínima visión política. Simplemente pasó el tren delante de ellos y ni se enteraron. Eso sí, a la hora de contar sus "batallitas" de la Transición -que, por otro lado, están a años luz de las verdaderas batallas que libraron las generaciones anteriores- la nostalgia que le achacan a sus mayores afloraba -y aflora- en ellos con tanta o más intensidad... Eso sí, con nostalgia de lo suyo, claro. ¡¡Faltaría más!!
 
Pero pese a ello, no es esa la principal crítica que me merece esa generación de los falangistas de la Transición. No son sus complejos antifranquistas lo peor (una cosa es no ser franquista -como es mi caso- y otra ser un acomplejado antifranquista). No lo es tampoco su rebelión -en gran medida justificada- contra sus mayores. Ni su nostalgia setentera u ochentera (por cierto, bastante "cutre" en comparación con las nostalgias de las generaciones que les antecedieron). No, nada de eso es lo que me parece más criticable. Lo realmente grave, lo que de verdad no le perdono a esa generación de falangistas es que abandonaron la lucha. Sí, tras un período más o menos corto de militancia frenética -normalmente coincidente con su época de mayor ebullición hormonal- abandonaron la lucha, algo que nunca se le pudo achacar a las generaciones anteriores (que se equivocaron y mucho, pero sin abandonar). Y así los falangistas de mi generación nos encontramos con que ellos no estaban, con que no había quien nos formara, quien nos dirigiera, quien nos reprendiera... Nada. Nos dejaron huérfanos. Eso, la orfandad en que nos dejaron a los que vinimos después, es lo que no les puedo perdonar. El resto son minucias, pero la orfandad del hijo abandonado no.
 
Jamás comprenderé cómo esos falangistas de la Transición, a los que tanto se les llenaba la boca -y a no pocos se les sigue llenando aún- con sus "heroicas hazañas", pudieron abandonar la lucha. Excusas pusieron y  ponen todas las imaginables: que si los jefes eran o son tal o cual cosa, que si no hay unidad, que si hay que cambiar cosas, que si siguen siendo falangistas en la distancia... ¡¡¡Siempre tienen alguna excusa para justificar su defección!!! Eso sí, pese a que lleven en algunos casos hasta décadas sin militancia falangista conocida, normalmente se consideran a sí mismos aun hoy como verdaderas autoridades en materia azul, auténticas "vacas sagradas" que gustan de dar lecciones a todo el que se tropieza con ellos acerca de lo que habría que hacer, aunque nadie se las haya pedido... Y yo me pregunto: ¿acaso es que a ellos no les es aplicable el Juramento falangista? ¿Cómo puede un falangista abandonar la lucha? ¿Acaso un seguidor del Real Madrid o de cualquier otro equipo de fútbol se da de baja como socio o deja de ver los partidos de su equipo porque no le gusta alguno de los jugadores o la gestión del presidente de turno, o simplemente por no pagar la cuota? Si un falangista tiene menos fidelidad a la Falange que un aficionado al fútbol a su equipo, ¿de qué clase de falangista hablamos? ¿Es menos la Falange que un equipo de fútbol?
 
No sé si mi generación falangista merecerá finalmente un juicio parecido de la siguiente que ya está en ciernes (posiblemente también, e incluso -Dios no lo quiera- yo mismo), pero lo cierto es que hoy necesitaba hacer públicamente este reproche porque así lo siento y lo creo. Sé que es injusto generalizar y conozco a no pocos falangistas magníficos de esa generación que tanto acabo de criticar, pero es que últimamente me he encontrado en varias situaciones como las descritas, en las que algún antiguo falangista de los de la Transición pretendía dar cómodas lecciones a los que -con errores, nadie lo niega- seguimos en la lucha manteniendo -sin interrupciones- alzada la bandera que precisamente ellos dejaron de sostener, sin tener por ello -a mi juicio- la suficiente autoridad moral como para darle lecciones a nadie.
 
La generación de los falangistas de la Transición no sólo fue una generación de fracasados -políticamente hablando, en lo que por otro lado no se distinguiría de las demás, incluida la mía-, sino también de acomplejados, de nostálgicos de lo suyo, de derrotistas y de rendidos que decidieron dejar tiradas las viejas banderas de la Falange para irse a su casa, a disfrutar de su trabajo y de su familia mientras los falangistas de la nueva generación tuvimos que recoger esas mismas banderas que ellos abandonaron para mantenerlas alzadas sin su ayuda, sin sus consejos, sin su apoyo. Eso sí, con su constante y acerada crítica ejercitada siempre desde la comodidad de la distancia y de la falta de compromiso...
 
Lo siento si alguien se siente ofendido por esta reflexión que hago en voz alta, pero hoy solamente expreso lo que siento y pienso. No me he referido a ninguna persona en particular, así que espero que nadie se sienta aludido. Sólo he querido hacer una reflexión generacional sincera, deseando que la próxima generación falangista no tenga que reprocharle a la mía algún día lo mismo.